Colgó un cuadro en el baño de la costa de un mar que lo proyectaba al descanso perfecto. Y tan lejano, lo dejó como una ilusión.
Pero más cercano tenía otra cosa que lo atraía.......una Iglesia a una cuadra de su casa. Pasar por frente de esa increible construcción, cuasi temerosa, inquietante; esperar alguna que otra vez el sonido de las campanas, sin entrar, solo mirándola creaba en él esa idea de recogimiento espiritual que todo ser añora. Pero por qué no entraba nunca? se preguntaba. A veces por no tener tiempo, a veces por soltar la imaginación y vivir solo de ella.
Y hubo de entrar un día, obligado por una emoción que no toleraría demasiado. Hubo de abrir sus puertas y escuchar el silencio posesivo de un reducto que no creyó sería así. Estatuas, poca gente, rodillas en el suelo, manos en sus caras, ojos cerrados y un altar.
Siguió caminando casi en puntas de pie hasta llegar a ese altar. Desde allí parado, calculó cuántos metros serían los que ocupaban tantas sillas y pisos de marmol.......miraba seriamente el horizonte desde ese escalón elevado y bajando la vista sintió un desencanto cuando pensó en aquel vagabundo de la calle anterior, un joven hombre, parecido en edades a él mismo que había sucumbido a abandonarse, sin saber él por qué y que todos los días notaba su desmejoría .Pensó inmediatamente en lo bien que podría dormir, al menos de noche en este espacio enorme, abrigado por estos muros del viento y las lluvias.
Pero recordó también cómo de noche esa misma Iglesia cierra con candados sus puertas y todas lo hacen...........pero ¿cuántos refugios habrían para tantos hombres si éstas no se cerraran? La compasión no existe? Y así bajó del altar, caminó muchos pasos hacia la salida y no volvió a entrar a esa ni a ninguna otra Iglesia.
Pero más cercano tenía otra cosa que lo atraía.......una Iglesia a una cuadra de su casa. Pasar por frente de esa increible construcción, cuasi temerosa, inquietante; esperar alguna que otra vez el sonido de las campanas, sin entrar, solo mirándola creaba en él esa idea de recogimiento espiritual que todo ser añora. Pero por qué no entraba nunca? se preguntaba. A veces por no tener tiempo, a veces por soltar la imaginación y vivir solo de ella.
Y hubo de entrar un día, obligado por una emoción que no toleraría demasiado. Hubo de abrir sus puertas y escuchar el silencio posesivo de un reducto que no creyó sería así. Estatuas, poca gente, rodillas en el suelo, manos en sus caras, ojos cerrados y un altar.
Siguió caminando casi en puntas de pie hasta llegar a ese altar. Desde allí parado, calculó cuántos metros serían los que ocupaban tantas sillas y pisos de marmol.......miraba seriamente el horizonte desde ese escalón elevado y bajando la vista sintió un desencanto cuando pensó en aquel vagabundo de la calle anterior, un joven hombre, parecido en edades a él mismo que había sucumbido a abandonarse, sin saber él por qué y que todos los días notaba su desmejoría .Pensó inmediatamente en lo bien que podría dormir, al menos de noche en este espacio enorme, abrigado por estos muros del viento y las lluvias.
Pero recordó también cómo de noche esa misma Iglesia cierra con candados sus puertas y todas lo hacen...........pero ¿cuántos refugios habrían para tantos hombres si éstas no se cerraran? La compasión no existe? Y así bajó del altar, caminó muchos pasos hacia la salida y no volvió a entrar a esa ni a ninguna otra Iglesia.
Y el desencanto no duraría demasiado porque al abrir la puerta....miró al cielo y vio el Sol, como su altar y su Dios respectivamente.
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