Se sentó arriba de la valija para poder cerrarla con presión y fuerza. Al otro día muy temprano viajaba de regreso a su hogar. Quedó en devolver el auto ese día pero el amigo insistió en que uno fuera con la moto y así volverían juntos luego. De esa forma también despedían esos caminos y el increíble paisaje de montañas. Para eso prefirió él mismo manejar esas dos ruedas a toda velocidad, independiente, valiente. Se hacía de noche, prendió la luz y empezó el viaje, el amigo detrás no pudo guiarlo. Avanzaron hasta que él tomó un atajo por un acantilado que no fue fácil seguir cuando en una curva notó la estrechez del camino, un auto enfrente y un ruido estrepitoso. Tanto estallido hubo que cuando calmó se encontró él mismo tirado en el suelo con una de las piernas torcida, con sangre desde los gemelos hasta el tobillo y el pié hacia el otro lado. Levantó la pierna, pensando en acomodarla, no podía tener esa posición, y como pudo la agarró con sus dos manos y vió como colgaba sin dolor, colgaba desde la rodilla y la miró unos cuantos segundos. Su cuerpo no sentía nada, solo su mente recordaba el tremendo estruendo del choque en la oscura carretera. No tenía nada a su lado, su celular, su mochila. Un hombre pasó por ahí media hora después y lo auxilió. Lo ayudó a sostener la sangre, a apoyar bien su columna sobre unas telas y lo peor...soportar la espera de la ambulancia.
La fractura de la pierna fue expuesta de tibia y peroné, con cuarenta días de internación, tres operaciones con cuatro clavos de titanio y un sin de antibióticos e infecciones previas. Luego con muletas y calmantes muy potentes, hastiado de permanecer en una clínica inmóvil pidió el alta y así el tomó el avión de regreso a su casa.
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