Subí las persianas de mi habitación. En frente los vecinos, una pareja de viejitos a la vista, en una ventana a dos metros de la mía, abierta. Escucho al anciano cómo le grita a la mujer, le grita una y otra vez, mientras ella permanece sentada. No se entiende qué le grita pero parece maltratarla . Sólo se lo ve sostenerse del respaldo de un sillón que esa viejita ocupa cada tarde. Se le ve su torso y cara frente a la ventana y al hombre con una mano apoyada para hacer fuerza con la otra con gestos de acusaciones. Ella no lo mira, está aferrada a la vista perdida y sus oídos parecen sordos. Yo me quedo mirando, curioso de la pena, intentando escuchar esas palabras que parecían otro idioma, solo podían óírse las eses que exageradamente pronunciaba y que polulaban por el aire sin dar formar a nada que yo pudiera intervenir ó salvar desde mi tímida mirada. Mi teléfono sonó, tuve que alejarme de la ventana un instante pero era un llamado equivocado. Volví a mirar asomando solo un ojo, espiando la lástima y sentado ahora estaba el anciano.
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