La ventana del bar era el apoyo de su codo, el otro lo sostenía en el aire con una copa de vino en la mano. La décima segunda copa de vino que tomaba con otras personas. El caos del barrio se llenaba de alcohol y las horas pasaban sentado en ese bar apoyado en esa ventana. Pudo ver y girar su cabeza interesado en todas las perspectivas que alguien al pasar podía crearle en su vista.
Las horas también pasaban por ahí y ahora podía sentirse sentado en un barco navegando, por eso la vista a través de esa ventana cambiaba y de rumbos nadie sabía nada.
Cuando su vaso se había terminado, prendió un cigarrillo tirando el humo hacia afuera de su movedizo camarote y vio pasar caminando lentamente a un bebé sin remera, con pañales y el torso manchado de su baba, por lo que no debería tener más de dos años. Se sorprendió y lo miró atentamente cuando el bebé dejó de caminar con la manito en su boca, parado justo en el medio de la ventana como si el barco se hubiera detenido. Frente a él venía un perro callejero y lo señaló con su pequeñito dedo para que el hombre de la ventana también lo viera. Pero el perro le ladró tan fuerte que la carita se transformó en susto y empezó a llorar. El sonido lo había asustado, el estruendo salido de la boca del perro con sus gigantes colmillos hizo reaccionar al niño y el hombre de la ventana estiró sus manos para tocarlo y consolarlo.
De pronto alguien tomó al niño diciendo -hay que buscar a la familia- y se lo llevó caminando. No tuvo tiempo a contestarle -¿...pero con quién está?-. Se levantó de la silla y corrió hacia afuera. No entendía si acaso el niño estaba perdido. A esas horas de la noche y en ese lugar no se veían bebés caminando solos. El hombre salió del bar con desesperación y corrió hacia donde ellos iban. Ya no se escuchaba el llanto pero la confusión era un caos para todos, para el hombre, el bebé y la gente que miraba. Un bebé perdido en la madrugada en un barrio con problemas. -¿Está con vos?- le preguntó al acercarse. Le contestó que conoce que es de una familia de la mitad de la cuadra. Otras dos personas se habían reunido alrededor para ayudar. Eso lo tranquilizó y los dejó seguir el rumbo. Volvió al bar conmocionado, se sentó la silla y apoyó el codo en la ventana, se sirvió otra copa y esquivó el llanto. La angustia no se prolongó mucho pero no volvió a sentirse navegando en un barco viendo a la gente pasar sino a todos escapando sin rumbo.
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