Tránsito de Mercurio conjunción Luna

Entre la duda sobre salir o no de su casa a hacer el  maldito trámite retrasado, logró poner envión y salir. Se miraba en todos los espejos para saber si convenía dar la cara al mundo o mejor esconderse unos días mas. Se miraba en todas las vidrieras como un síntoma de compulsión,  como si no recordara sus propios gestos y caras al caminar bajo el sol. Cruzó una calle y otra y otra, hasta que se encontró con alguien de la adolescencia. Se sorprendieron de verse las caras quince años después. Eran amigos íntimos y muy queridos. Se intercambiaron mails, teléfonos y se actualizaron algunas historias. La amiga le dijo que podrían juntarse a tomar un café algún día. Y al instante agregó: con leche, como sé que te gustaba. Y pensó inmediatamente que esos recuerdos son aquellos que no se borran. El comentario lo hizo recordar a él otra cosa... en su casa cuando eran chicos siempre encontraba moneditas de diez centavos en el suelo porque a ella no le gustaba juntarlas. Pero para qué servía ese recuerdo y por qué algunas cosas quedan en el cerebro impresas por la imagen perpetua y otras no. Qué razón habría oculta o no, para fragmentar aquellos detalles de toda la complejidad de las experiencias y tenerlas presentes en encuentros fortuitos. Entonces aceptó el café con leche y le dijo que estaba contento  de verla bien y que siempre la recuerda. Pero no detalló que en su mente sólo estaba el tema de las moneditas. No podía agregar eso a la inesperada conversación. No tenía sentido. Hasta que lo dijo...sabés que yo todavía me acuerdo que en tu casa siempre encontraba moneditas y te las juntaba. Ella rió pero dio por finalizado el encuentro y se despidieron hasta nuevo aviso. Unos minutos después haciendo el trámite le pidieron cuarenta centavos de cambio. Buscó en su saco, en su pantalón, en cada bolsillo y no encontró...uf no tengo cambio, siempre pierdo las monedas, contestó. 

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